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Notas y Opiniones Venezuela, Argentina y el neoliberalismo

Terminó la jornada de votación presidencial en Venezuela y aún está por verse el resultado final, aunque los sondeos iniciales predicen una reelección de Nicolás Maduro y la persistencia de la Revolución Chavista.

La oposición venezolana no es de tinte menor: configura una contrarrevolución neoliberal, apalancada por los más abyectos intereses financieros occidentales, y cuenta con el entramado mediático del establishment de la «comunidad internacional», con «nado sincronizado» incluido.

Esto quiere decir que si gana Edmundo González Urrutia, el candidato de la coalición de derechas será un «gran triunfo de la democracia» y si, por el contrario, triunfa Maduro, será una «prueba concreta e irrefutable» de una elección amañada por el Consejo Nacional Electoral y las apretadas de las fuerzas de seguridad.

Por si las moscas, la Plataforma Unitaria Democrática (PUD) -el nuevo caballito de batalla de la inhabilitada María Corina Machado- ha abierto el paraguas informando de posibles irregularidades en el proceso electoral; un latiguillo clásico de las derechas latinoamericanas. Sin embargo, esos peligros no los han frenado de presentarse a competir, porque realmente suponen que existen buenas probabilidades de éxito.

Entonces, ni muy muy ni tan tan. Todo dependerá de cómo sonría la fortuna. Ya veremos entonces los resultados... y los subsiguientes desconocimientos de los resultados. Porque en honor a la verdad, no hay nada nuevo bajo el sol y estas elecciones no son muy distintas de las anteriores.

Desde 1989, Venezuela ha vivido un cisma profundo: El Caracazo. Fue una reacción social a las inequidades e injusticias, no solo del gobierno de Carlos Andrés Pérez, sino de todo el sistema político abusivo. Un país inundado de riqueza, con una brecha profunda socioeconómica y una receta neoliberal hambreadora.

Detrás de esa «casta» política, las grandes transnacionales vampirizando, y en el medio, como burguesía-compradora, los quintacolumnistas apátridas «administrando» las migajas. La realidad típica latinoamericana, con semejanzas incluso a la africana, y que en Argentina empezó a vivirse desde 1976.

No hay novedades bajo la máscara democrática actual: como el macrismo o el mileísmo, al que podríamos sintetizar de «macreísmo», en Venezuela, María Corina, Urrutia, el muñeco impresentable de Guaidó y toda esa runfla de falsos salvadores representa una regresión con olor a Miami del pasado más temido, y los odios rebrotados de clase. Te la pintan, como siempre, como el regreso de la libertad, la modernidad y el paraíso edénico. Pero existe cierta consciencia en alguna parte del pueblo venezolano de que lo que está en juego es la exterminación lenta y dolorosa.

A sabiendas de ese contraste, Maduro tuvo que bailar con una fea. No tiene, por supuesto, ni un cuarto del carisma de Hugo Chávez, que lo sostenía en alto por puro fulgor e inteligencia práctica. Su proceso revolucionario tuvo que aprender a no ser flojo porque su cabeza, y las de quienes lo apoyaban, iba a rodar por el piso. Aquí no hay lugar para endebles ni para respiros. La oposición venezolana es golpista, sanguinaria y cruel. No es democrática ni acuerdista. Temblar, retirarse o incluso intentar pactar, es un camino hacia el cadalso.

Esa hiperconsciencia de la situación hace que la revolución bolivariana también cometa excesos y la acerque en algunos aspectos a las dictaduras. Hay un nerviosismo continuo sobre los asuntos de seguridad interior y eso no puede ser nunca sano para un país. Pero la pregunta es si fue primero el huevo o la gallina. Si fue el bloqueo político-económico occidental, los boicots, los congelamientos de fondos en el exterior, el robo del oro en Londres (antecedente del robo actual a los rusos), los golpes suaves y los extremadamente duros, los intentos de magnicidios, la (supuesta) irradiación a Chávez con material radiactivo, los sabotajes, el terrorismo puro y duro, las incursiones desde Colombia, los ejercicios militares de la U.S. Navy cerca de la plataforma continental marítima venezolana, el conflicto con Guyana montado por Shell y Chevron, o el Grupo de Lima, armado por los «colegas» sudamericanos para planificar una invasión militar, los que provocaron este enquiste en Venezuela o si, por el contrario, es un impulso autocrático de la dirigencia.

Llevar adelante la Revolución Bolivariana prácticamente en solitario, pero peor aún, en una zona geográfica donde Estados Unidos maneja cual titiritero los gobiernos aledaños y tiene especiales intereses en la riqueza del subsuelo, no es cosa fácil.

Requiere una flama encendida para mantener el espíritu en alto, requiere una guardia cerrada para evitar las zancadillas, requiere desarrollo y justicia social, y encima, requiere elecciones libres y limpias.

Un duro equilibrio donde hay que mantener los apoyos, evitar los cansancios y cerrar las hendijas donde el diablo mete la cola.

En estas elecciones, como en las otras, lo que finalmente está en juego es si prevalecerá la Patria profunda (el Todo) o el beneficio sectorial. Porque unos defienden eso, con sus torpezas e incluso, con sus esfuerzos en balde, pero otros sin duda defienden su quintita y el botín de los extranjeros. Esto se vio tantas veces que resulta harto evidente.

El gobierno bolivariano, insisto, tiene muchas fallas. De organización, de corrupción incluso. Y ha caído, creo yo inevitablemente, en la paranoia de la seguridad, con los abusos autoritarios que eso concierne. Pero tiene audacia y nada contra corriente río arriba. Tiene valores intrínsecos que muchas veces la materialidad no permite llevar a cabo, pues existen fuertes sacudones en contraposición. Algunos pretenderán flotar en aguas mansas, pero esas nunca serán aguas para el pueblo llano. Unos te invitan a nadar y cruzar el Rubicón. Otros, no tengan dudas, directamente te ahogan, eso sí, bajo cantos de sirenas.

Veremos qué discurso tentador triunfa en estas elecciones: si el de la batalla persistente o el de la libertad prometida que jamás será dada. Si el del aliento creativo o el del odio maniqueo. Si el del avance a pesar de los lastres, o el del retroceso al statu quo del 89.

Están sucediendo cambios estructurales de poder en el mundo. A velocidad luz. Esta Venezuela -por fin- tiene un lugar en ese esquema, con destino de BRICS, el mismo destino que Argentina desechó con repugnancia y que marcan su camino al abismo y balcanización.

Desde estos lares sureños la derecha con micrófono marcaba a Venezuela como el destino que nunca deberíamos imitar. Era claramente una exageración porque Argentina seguía su propio camino de desarrollo, hasta que la massmedia invitó a «un cambio». Hoy ese eslogan es un paso de comedia. Argentina, el paraíso de la libertad, decrece su PIB en no menos de 3 puntos, tiene una recesión tremebunda, aumenta el desempleo y la miseria, y va hacia la bancarrota financiera aceleradamente, mientras Venezuela está controlando la inflación y creciendo, aún con congelamiento de cuentas, sin acceso al SWIFT ni sus refinerías en Texas, y bloqueos de todo tipo.

Maduro invitó a no ser como Argentina y proseguir el camino.

Columna publicada en su el Facebook Personal de Christian Cirilli