De acuerdo a un informe de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) de Argentina citado por el portal “Resumen Latinoamericano”, según el Censo Nacional 2010 en ese país “5.3 millones de personas no tienen acceso al agua potable dentro de su vivienda y cerca de 1 millón no la tiene en el perímetro de su terreno”, lo cual significa que el 13% de los habitantes están imposibilitados de contar con agua en sus hogares.
El mismo informe señala que las causas de dicha situación hay que encontrarlas en el Cambio Climático, las modificaciones en los usos del suelo y el aumento del extractivismo, todo lo cual influye negativamente en la vida de los ciudadanos en general y de los trabajadores que necesitan el agua para realizar sus labores. Los habitantes de algunas zonas rurales deben pagar ocho veces más que los de las urbanas y a veces incluso caminar muchas horas para obtener el agua necesaria a fin de solventar las necesidades mínimas para la vida.
En Chile, recientemente se ha denunciado que Fuad Chahín, candidato a la Convención Constitucional y presidente del derechista Partido Demócrata Cristiano -que fue el principal promotor del golpe de Estado contra el presidente Allende, propagandista de la dictadura en sus primeros años y usufructuario protagónico de la pos dictadura- ha utilizado sus conexiones dentro del poder para salvaguardar intereses familiares, promoviendo leyes para que sus allegados tuvieran acceso privilegiado al agua, violando la ley que supuestamente juró defender. En su época de parlamentario, Chahín votó en temas vinculados a intereses propios o de su clan, si se considera que algunos de sus familiares directos, además de ser dueños de gran cantidad de derechos de agua en la comuna de Curacautín en la Región de la Araucanía al sur de Chile, poseen superlativos intereses en la generación hidroeléctrica de la región. Estos son solo dos ejemplos recientes que expresan la paulatina conflictividad surgida de la imposibilidad de que importantes sectores de la población tengan acceso al agua. Tal vez, esto es lo que llevó a que la vicepresidenta de Estados Unidos Kamala Harris el pasado 7 de febrero haya manifestado en tono amenazante que: “Durante años las guerras se han peleado por el petróleo, [pero que] en poco tiempo serán por el agua”.
Aunque se estaba refiriendo a una problemática local de su país en la que reconocía “desigualdades en el acceso”, se debe considerar lo que el significado de la palabra “guerra” tiene, cuando es mencionada por la segunda figura de la administración del país más poderoso, agresivo y belicista del mundo.
Hay que recordar que el agua dulce solo representa el 2,5% de los 1.386 millones de kilómetros cúbicos de reservas de agua que hay en el mundo, sin embargo el 70% de ese total corresponde a polos y glaciares, al mismo tiempo que otra cantidad significativa se encuentra en ríos no potabilizados.
Los pueblos de todas las latitudes y longitudes del planeta conocen ampliamente lo que ocurre cuando Estados Unidos tiene falencias en sus reservas de algún recurso o, cuando se producen insuficiencias internas que no permiten garantizar el consumo cotidiano. De la misma manera, se sabe mucho acerca de las formas y métodos que utiliza para obtenerlos. Si la presión, el chantaje, las amenazas, las sanciones, los bloqueos y los asesinatos de líderes no funcionan, recurren a la guerra, esta vez anunciada de antemano por la vicepresidenta Harris.
Aunque parezca increíble que la carencia de agua sea causa de conflicto y guerra, ello es casi tan antiguo como la propia sociedad. Michael Klare en su obra “Guerras por los recursos. El futuro escenario del conflicto global” nos recuerda que ya en el Antiguo Testamento se señala que ante la incapacidad de los israelitas para entrar en los fértiles valles del Rio Jordán sin antes expulsar a sus habitantes, Dios les instruyó que entraran a esa tierra toda vez que él se encargaría de expulsar a los pueblos autóctonos que la poblaban. Posteriormente, le ordenó a Josué -sucesor de Moisés- que cruzara el Jordán y exterminara a “los habitantes de Jericó y otros asentamientos de la zona”.
Son innumerables a través de la historia los hechos de guerra vinculados al agua. En fechas recientes, se ha estado agudizando un conflicto de dimensiones insospechadas entre tres países (Egipto, Sudán y Etiopía) de los 11 que se encuentran en la cuenca del río Nilo, el mayor del mundo.
El río Nilo tiene dos fuentes principales: el Nilo Blanco que aporta el 20% y el Nilo Azul que representa el 80% de sus aguas. Este último tiene su nacimiento en el Lago Tana en Etiopía y fluye hacia el norte en dirección a Sudán y posteriormente a Egipto para luego desembocar en el mar Mediterráneo.
En 2011 Etiopía inició la construcción en el Nilo Azul de la “Gran Presa del Renacimiento Etíope” -la más grande de África- sin que previamente se llegara a un acuerdo con los dos otros países que aguas abajo también son subsidiarios del río. No obstante, en el año 2015 se firmó un acuerdo entre los tres por el que Etiopía se comprometía a no afectar la disponibilidad de agua de Sudán y Egipto. Pero, en fechas recientes, variadas desavenencias entre las partes aumentaron la tensión amenazando con echar por la borda la colosal obra. El vínculo de Egipto con el Nilo es histórico y fundamental ya que el río fue el sustento principal para erigir una gran civilización en la antigüedad, lo cual ha signado parte importante de la vida del país y de su diplomacia en el último siglo.
Desde el año 1902, Egipto viene realizando acuerdos internacionales encaminados a apuntalar su posición dominante sobre el Nilo, lo cual no es del agrado de Etiopía ni de Sudán. En un artículo titulado “Las guerras del agua. Egipto, Sudán y Etiopía” publicado en el portal Rebelión por el analista especializado Germán Romano, el autor recuerda que Butros Butros-Ghali, ex Ministro de Relaciones Exteriores de Egipto, en una entrevista con el periódico BBC durante el año 1985 expuso la posición de su país en relación al Nilo: “La próxima guerra en Oriente Medio se librará por el agua, no por política”. Posteriormente, debió modificar su punto de vista al asumir funciones como Secretario General de la ONU entre 1991 y 1996, favoreciendo la cooperación como forma de hacer un aprovechamiento óptimo para todos los involucrados con el gran río. Así, Butros-Ghali antecedió a la actual vicepresidenta de Estados Unidos en su percepción de la conflictividad que la carencia de agua puede generar en el sistema internacional.
En el artículo mencionado, Romano apunta que: “En caso de un conflicto armado entre estos países, las consecuencias recaerán sobre las poblaciones que sufren los efectos de gobiernos que no son elegidos por el pueblo (sic). Asimismo está en riesgo el acceso sin distinción de fronteras para el riego utilizado por agricultoras y agricultores.”
Desde este punto de vista, no debe entenderse como casualidad estrictamente vinculada a la riqueza energética que se hayan producido las intervenciones militares de Estados Unidos y la OTAN en Libia e Irak. En el caso del país africano, bajo su desierto se encuentra uno de los mayores reservorios de agua de todo ese continente. El interés en explotar y distribuir el líquido en amplios sectores de la población, se transformó en la obra estratégica de mayor alcance del gobierno de Muamar Gadafi, que logró hacer una revolución verde en las arenas del Sahara, convirtiendo su país en un gran vergel que posibilitó acceso al agua y alimentos a grandes sectores de la población, llevando al país a ser el de mayor Índice de Desarrollo Humano (IDH) del continente.
En Irak, la confluencia de los ríos Tigris y Éufrates fue el sustento para que se originara la civilización mesopotámica que tanto brillo y tantos avances dio a la humanidad en materia de ciencia y tecnología. Esa riqueza, además de sus grandes reservas petrolíferas y gasíferas constituyó el eje de la ambición imperial que motivó la invasión a ese país en 2003. De manera tal que llega tarde el anuncio de la vicepresidenta Harris. Por si no lo sabe, su país ha sido protagonista de crueles incursiones en países dueños de grandes existencias de agua a las que los tentáculos imperiales también han querido echarle mano. América Latina debe tomar nota de esta nueva amenaza bélica. Poseedora del acuífero guaraní en los confines de Argentina, Brasil y Paraguay y las cuencas del Amazonas, el Río Negro y el Orinoco donde se concentran parte importante de las reservas de agua dulce del planeta, nuestra región es objetivo fundamental del interés imperial en un elemento vital para la vida en el planeta.