El conflicto armado entre Rusia y Ucrania, pone en evidencia que la información y la comunicación son “botín guerra”; pero también que son territorios en disputa.
En los días del conflicto bélico se elevó a un nivel exponencial la circulación de noticias falsas, en tan solo cinco días se registraron más de 500. Fotos y videos de conflictos anteriores, de videojuegos, declaraciones tergiversadas fueron lo dominante. El nivel de circulación es tan alto que las organizaciones que se encargan de verificar no dan abasto. A su vez, mientras una noticia falsa se viraliza y alcanza rápidamente a millones de personas, su desmentida apenas llega, tarde, al 30% de la población afectada.
En el mundo occidental las campañas de noticias falsas dejan mal parada a Rusia y su intervención. Esta situación llego a tal nivel en la red social YouTube que el regulador ruso de medios de comunicación considera “inaceptable utilizar YouTube en la guerra informativa contra Rusia, en particular con el uso de las capacidades publicitarias de la plataforma".
Esta situación se inscribe en un mundo saturado de información y es la manifestación de un fenómeno más complejo y estructural: una guerra por el conocimiento, por cómo comprendemos el mundo que nos rodea. Vivimos dentro de un sistema de desinformación social que impide no solo que podamos discernir que noticia es verdadera y cual es falsa, sino que impide que podamos poner en orden y jerarquizar esa información.
Para ello hay que poder poner distancia y contrastar la información y sus fuentes, algo cada vez más complicado debido a la velocidad con la cual pasamos de un tema a otro. A su vez las imágenes seleccionadas en las campañas de desinformación generan que nuestro pensamiento se articule con lo emocional: un video falso respecto de las víctimas de Kiev impacta cerrando filas y logrando el posicionamiento de las personas sin mediar un análisis racional del conflicto.
Esta guerra hibrida se viene ejecutando desde hace mucho tiempo hacia todo el mundo occidental. Es muy difícil, por parte de los ciudadanos ver y asumir esta situación, ya que todos tenemos nuestras múltiples ocupaciones y nos informamos con lo que nos llega al celular sin tener ni el tiempo, ni la dedicación suficiente. Es así como sabemos un poco de todo, pero nada de lo importante.
Esta “forma de conocer el mundo” hace que aceptemos lo que se nos repite una y otra vez, sin importar si es verdad o no, “relato mata dato” en los tiempos actuales.
En el mundo occidental la monopolización mediática tanto de los medios tradicionales, donde unas pocas cadenas, como la Fox, CNN o la BBC son hegemónicas; y de las grandes corporaciones de las tecnologías, donde apenas cinco: Metaverso: Facebook, WhatsApp e Instagram; Alphabet: Google; Apple; Microsoft y Amazon manejan las cadenas de valor de la comunicación vía internet; permite que se instale un relato único de la realidad de la cual es muy difícil desenmarcarse.
Los grandes de la comunicación y de las tecnologías y sus lobbies políticos construyen una tela de araña mediática, mediante las asociaciones, pero también impidiendo que las voces distintas se puedan manifestar en los medios de comunicación.
La conjunción de la monopolización de la comunicación y este nuevo formato de conocimiento a partir del relato repetitivo y emocional niegan el derecho a la comunicación como un derecho universal y, por supuesto, impiden la libertad comunitaria de expresión.
Por lo tanto, podemos pensar que el conflicto armado entre Rusia y Ucrania no es el hecho que puso el mundo de la comunicación y la tecnología “patas para arriba”, sino que es un momento más en la historia de las ultimas décadas de monopolización y utilización de la comunicación para el interés de los grupos de poder angloamericanos.
A su vez, es preocupante, como, sobre esta base estructural, bajo el amparo de la situación de guerra, se están exacerbando la cultura de la cancelación, la estigmatización y el odio.
Y acá hay que hacer una distinción entre dos fenómenos: por un lado, cada vez es más visible como las corporaciones de la tecnología son actores geopolíticos: se expusieron como jugadores en la toma del capitolio de Estados Unidos censurando la cuenta del presidente en funciones; censuraron las cuentas de dirigentes populares latinoamericanos y permitieron, en el Golpe de Estado a Evo morales en Bolivia, que los mensajes de odio y las cuentas de la dictadora Jeanine Añez siguieran activas, entre los ejemplos que más se destacan.
Esta semana, haciendo abuso de su posición dominante, limitaron la reproducción de los medios rusos y comenzaron a estigmatizar a periodistas que tienen una voz disidente a la occidental, etiquetándolos de “afiliados al gobierno de Rusia”; lo cual nos retrotrae a las épocas más oscuras de la humanidad donde se construyó el enemigo a través de la estigmatización de poblaciones enteras para lograr luego su eliminación o desaparición.
Quizás a partir del conflicto en Ucrania no se necesiten más ejemplos para comprender que internet fue apropiada por corporaciones pertenecientes a la estructura estratégica militar industrial de estados unidos y que los Estados del mundo tienen que poner cartas en el asunto, regulando e impulsando la democratización tecnológica y comunicacional.
Por otro lado, es un hito preocupante que Unión Europea haya censurado a los medios del Estado ruso, RT (Russia Today) y Sputnik, dentro de su territorio. Esta decisión, amparada por encontrarse en una situación de “guerra” busca alinear a la población y cerrar filas, pero es inevitable preguntarse a que costo social y político. En este caso son los Estados los que definen esta política, por lo tanto, serán los ciudadanos y las organizaciones sociales quienes tendrán la capacidad, mediante mecanismos democráticos, de intervenir y cuestionar estas medidas en tanto cercenan derechos que tanto costo a la humanidad conseguir.
Los conflictos, como el que estamos viviendo, dejan en evidencia también las desigualdades, y es allí donde los sectores sociales tienen mucho para decir. Quizás este momento de enfrentamiento entre un mundo multipolar naciente y la decadencia del modelo angloamericano permita desquebrajar el sistema de desinformación y monopolización de la comunicación del mundo occidental y que puedan brotar alternativas desde múltiples formatos comunicacionales y tecnológicos desarrollados por los Estados en conjunto con sus sociedades.
*Nota publicada en Telam por Verónica Sforzin
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