Anterior

Siguiente

notas
Notas Iplac El fin de la República Imperial: Los oscuros socavones de una nación en ruinas.

  1. La Democracia en Estados Unidos se asemeja a un burdo espectáculo de “vodevil” hace ya mucho tiempo, que no tiene: “hombres de Estado”. Quizás el último de ellos ha sido Richard Nixon; o tal vez, Henry Kissinger. La política estadounidense es, en un punto, bizarra, aparatosa, bestial. Desde el fin de la guerra de Indochina, los intentos de: “Reencaminar a la nación, por la senda de la gloria y el liderazgo mundial”, han sido el sueño húmedo de todos los presidentes, desde Reagan hasta Biden, por sobre las aspiraciones “regeneracionistas” de unos y de otros.
  2. La República Imperial ya no existe. Junto a los países del denominado “occidente colectivo” está inmersa en una “crisis civilizatoria” de enorme envergadura. Hija de la corrupción de los valores que la fundara: la fe en el progreso; la confianza como forma en el esfuerzo individual como palanca para el bienestar; el liberalismo como fórmula eficaz y eficiente en la difícil tarea de Gobierno a los hombres. Incluso aquel predominio conseguido al finalizar la Gran Guerra de 1914-1918; está siendo erosionado, por la acción inteligente de los países del “Sur global”. Un ciclo se cierra, entre temores y desconcierto.
  3. No comprender este cambio puede ser un hecho grave pues mantiene una “matriz interpretativa” de las relaciones internacionales, absolutamente muerta. Mirar al mundo anglosajón como si viviéramos en 1850 es absurdo, cosa de ignarus embrutecidos por un materialismo pamplón; por una cosmovisión desactualizada, antigua. Algo que, dicho sea de paso, no puede hacer “verdaderos hombres de Estado”. Washington no volverá jamás a se lo que ha sido y la elección de noviembre aparece como un malón más en el camino de su inexorable decadencia.
  4. Biden y sus problemas de salud son una anécdota, pero muy gráfica de la “crisis estructural” de los Estados Unidos. Hay allí una especie de representación -al estilo de Plutarco- del poder en su momento más impúdico, casi pornográfico. Unas primarias de cartón; parejas de exmandatarios riñendo en público en torno a un anciano decrépito; padre de un corrupto y jefe de un aparato administrativo putrefacto. Después del fraude, la mentira sistemática, un asalto al Capitolio -entre cómico y fallido- y la renuncia a ser reelecto de un tipo que arrastra su humanidad. En medio de la estulticia de colaboradores y amigos, un fotograma que muestra, en vivos colores, las aristas más repudiables de una “Democracia de ficción”.
  5. Trump tampoco es un genio: apenas es el más auténtico de los “fantoches” que se deslizan por los oscuros socavones de una “nación en ruinas”. Es un tipo simplón, bastante botarate, pero auténtico en su apabullante simplismo de empresario arribista. Es un sujeto básico, racista, homofóbico, pero también un “patriota” portador de unas pocas ideas claras. Y eso le sirve para ser el político mejor posicionado del país, desde hace más de una década. Toca la fibra de muchos corazones hartos del bipartidismo.
  6. Estados Unidos no tiene ya esa magia de antaño. Su economía es ineficiente, gravosa, en un punto improductiva, llena de empresarios que viven de la especulación financiera e inmobiliaria. Sus instituciones carecen de “glamour” y de serenidad, repletas de corruptos y oportunidades. Las fuerzas armadas pierden una guerra tras otra; y la prensa de una maquinaria al servicio de la mentira y la figuración. La sociedad es injusta, está plagada de violencia y no posee ya ese dinamismo que la hiciera tan famosa. El “futuro” ha migrado al este, a Rusia y China, donde -para desgracia de los nostálgicos- el “marxismo” ha construido Estados fuertes y sistemas productivos vigorosos.
  7. Preocupa que en América del Sud y particularmente en la Argentina no veamos la relevancia que tiene este “fin de época”. El gigante en su caída va intentar sujetarnos como tabla de salvación para sus incomodidades globales. Vendrá por los recursos naturales, sin dudas; pero también por los restos de “nuestra identidad”. Basta oír a sus “hombres de empresas” -sabiondos y timberos- hablar con desparpajo del “fin de la empatía” y del reemplazo del “trabajo por la tecnología” con la misma despreocupación con la que -seguramente en privado- relatarán una de sus “noche alocadas” con prostitutas y drogones. Una pléyade de esperpentos, exitosos en la “rapiña de lo ajeno”, munidos de voracidad exhibicionista, pero vacíos de “alma”, de sensibilidad para las cosas buenas e importantes de la vida.
  8. Hay entonces, un tiempo que termina, una era que se apaga, entre dudas y enigmas insondables. No errar, no equivocarse en el diagnóstico requiere de un arte y de unas sutilizas de las que carecen -por desgracia- la mayoría de los hombres y mujeres que nos gobiernan y nos han gobernado. Hacen falta otras ópticas, otros métodos y otros actores. Los “glotones personales” que se disputan, en medio de bancales, absurdas el primer puesto institucional, dentro una “política” en declive, no representan un modelo en que podamos inspirarnos. Comprenderlo no es lo mismo que no cubrir las respuestas a todos los interrogantes; pero puede ser el inicio de una oportunidad que -por múltiples razones- nos viene siendo esquiva.