En estos tiempos donde un minuto puede valer más que un siglo, hay que revalorizar las miradas de largo plazo. Tenemos la urgencia de volver al debate sobre el uso de la Historia, luego de años de escuchar un despiadado ataque hacia ella, por parte de “los hijos putativos de Friedrich Nietzche”; progresistas y reaccionarios, que creen en una concepción de la vida humana, que se reduce a la exaltación del Sujeto y de “sus concupiscentes deseos volitivos”. El mundo es inmanencia, pero también es trascendencia. Las “filosofías edonistas” tienen el defecto de creer, que la existencia es un patrimonio exclusivo del individuo, despojando a las comunidades de todo valor. Son el complemento perfecto de un Capitalismo voraz e inhumano, que imbuido de “sofística berreta”, intenta reducirnos a piezas inermes al servicio de la acumulación financiera.
Por ejemplo, la Rusia de Vladimir Putin, reactualiza el problema del Estado y de su importancia en la reconstrucción de las naciones, luego de catástrofes económicas y sociales. Y esto en dos sentidos convergentes. El primero, vinculado al rol de las instituciones políticas en el desarrollo y en la planificación estratégica; el segundo, asociado al papel del liderazgo como galvanizador de los espíritus individuales y como portador de esperanzas colectivas. Moscú tiene en el poder a un hombre educado para mandar y para decidir, un Conductor frío, racional y en ocasiones despiadado; pero también, humano y patriota. Es el producto de su propio país, de esa “Rusia Eterna”, que de Iván “El Terrible” a Stalin, luchó por ser parte del mundo occidental. La Historia explica a Putin, mucho mejor que las disquisiciones interesados de los papagayos a sueldo de la prensa hegemónica.
Desde otro punto de vista, se puede – y se debe – analizar el Socialismo Soviético, desde un prisma distinto al que se impuso luego de la caída del “Muro de Berlín” a principios de los 90. Fue vehículo de modernización, ya que hizo de Rusia una potencia nuclear, científica y militar. El Marxismo fue sinónimo de cambio y de transformación, cosa que cualquiera podía palpar en tiempos de la postguerra. Los bolcheviques construyeron un Estado Nacional dónde solo había Feudalismo y Autocracia. Pusieron a Rusia en el siglo XX. Quizás fracasaron en erigir “una Patria de los trabajadores”, pero hicieron una Nación que hoy existe, en parte gracias a su legado.
En todo lo dicho, naturalmente, opera la Historia como herramienta hermenéutico epistemológica. Ver los hechos desde la óptica miope del corto plazo, empobrece la mirada y construye ficciones más que interpretaciones solventes sobre el mundo. Hay muchos intereses operando en la “demonización de Rusia”, sobre todo los de las potencias anglosajonas, interesadas en aislar a Moscú, obturando su progreso y desarrollo. Del orden surgido de la segunda guerra Mundial, queda poco; pero subsiste aún el “Proyecto Atlantista” diseñado entre 1941 y 1945, por estados Unidos y la Gran Bretaña. Rusia cumple en él, un rol de villano, lo que constituye un verdadero disparate pensado para consumo de incautos y lacayos obsecuentes del poder global.
Es evidente, que Putin aspira a colocar a su Patria en el lugar que la Historia le reconoce. Rusia está ubicada en el corazón del enorme continente europeo asiático, al que el Profesor Friedrich Ratzel adjudicaba una importancia estratégica peculiar, en la Geopolítica del siglo XIX. Domina la estepa y las rutas terrestres que desde tiempos inmemoriales han vinculado a Pekín con Bizancio, la moderna Estambul; a China con el Mundo Musulmán. No es un asunto fácil de resolver para europeos y americanos, este renacer del Estado Moscovita, su potencial alianza con Irán y la república Popular de China, le agregan un condimento especial.
La dimensión histórica, resulta clave para entender, incluso, el contexto general del retorno de Rusia a los primeros planos de la política internacional. Es interesante saber el origen del temor occidental a la “potencia que amenaza desde el este”; ya que, a partir del reinado de Pedro I, Moscú ha tenido gravitación en el equilibrio europeo. El Mar Báltico y el Mar Negro; Escandinavia y Crimea; han sido los escenarios de despliegue secular de los intereses rusos; y de Poltava a Stalingrado, hay un hilo conductor, que da cuerpo a los observados cambios diplomáticos y militares de la Rusia actual. No son caprichos de un hombre las acciones del Presidente Putin en su frontera noroccidental y en Ucrania. Presentar las cosas de ese modo, es distorsionar la realidad, falseando sus raíces generativas.
El mundo actual se caracteriza pues, por la peculiar reedición de la famosa “Cuestión de Oriente”, uno de los procesos seculares más antiguos de la política global. El conflicto con la civilización islámica, la gravitación comercial de China, y la influencia de Teherán y Moscú, interfieren los intereses norteamericanos en el Océano Índico y el estrecho de Ormuz; como ayer - en el siglo XIX - Gran Bretaña pujaba con los Romanov por el control de la India y los Balcanes. Las zonas calientes del planeta son las mismas, e incluso las causas de los conflictos, lo son también. Nada de todo esto puede conocerse, sin la Historia como baqueana.
En síntesis, Rusia funge el papel del actor principal en el drama de nuestro tiempo quizás, porque hace mucho que ha estado allí, amenazante, misteriosa, en expansión o en crisis. Putin lidera una gran nación y conduce un gran pueblo, que han sido protagonistas de enormes hazañas. Occidente tiene la obligación de comprenderlo, para poder dar respuesta al cambio irreversible que nos impone el siglo XXI. Las grandes transformaciones implican también permanencias; y la Historia - “Maestra de Vida” como solía decir Lucien Fevbre - sirve para evitar catástrofes, hijas de grandes errores de cálculo.